2008/01/01

ECO PARROQUIAL - Reflexiones

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa Cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera. Amén.


[Liturgia de las Horas, tomo II: Himno para la Hora Intermedia, textos comunes para la Semana Santa, página 344]

Permítaseme, al comienzo de estas reflexiones, recordar este tan bello como conocido himno litúrgico, tesoro de nuestra poesía, fruto granado de la devoción al Señor Crucificado, expresión palpable (por ser rezada-cantada) de la fe de la Iglesia. Recordarlo porque siempre me ha venido a la memoria cuando he contemplado la imagen del Cristo de Zacatecas en mi Parroquia, colocado en su hermoso retablo pasionista, en la otrora Capilla del Santísimo Sacramento. Esta ubicación actual, sustituyendo a la anterior, me ofrece una primera enseñanza: el Cuerpo de Cristo, entregado por nosotros en la Cruz, se nos sigue ofreciendo cada día en el Santísimo Sacramento del altar, y se nos queda ese mismo Cuerpo-Sacramento para adorarlo perpetuamente.

El Cristo de Zacatecas, en su capilla - BELLIDO

Cuando uno se sitúa al final de la nave de la Epístola de esta Parroquia, sus ojos se van directamente hacia su noble y serena figura, colgando con la cabeza dulcemente reclinada, con una herida abierta en un costado que es manantial de vida porque ha muerto. Llama la atención sensible y emocional esa poderosa anatomía, en un tamaño superior al normal, pero que no desentona por desproporcionada; al contrario, parece que quiere acogerte, a ti que eres pequeño, humano y mortal, entre sus brazos por su grandeza, porque es el Dios que se entrega para salvarnos, el único inmortal. Y los pies del espectador se ponen en movimiento casi por la atracción que Él suscita.

Ahora se convierte uno en adorador, porque capta tu atención, porque parece que te invita a llegar hacia Él en silencio, de puntillas, sin despertarlo de ese sueño-muerte. Pasos hacia el Calvario, hacia ese trono de vergüenza y de muerte, de soledad y de pena, de fracaso y de desesperanza. Hay junto a Él una Mujer, la Nueva Eva, Madre fiel y perseverante, que con lágrimas riega la tierra ya fecunda por su Sangre. La Virgen del Socorro, Madre de Dios y Madre Nuestra, también nos invita a acompañarla en el dolor, para luego poder vivir con Ella el triunfo y la victoria sobre el pecado y la muerte. No, no podemos alejarnos de la Cruz, porque estando el Hijo vamos a acompañar a la Madre, y gracias a Él podemos hoy tenerla a Ella como Madre. Un regalo tras otro, no quiere el Dios hecho hombre dejarnos huérfanos, tristes, sin el calor materno de Aquélla que le dio la vida.

Pero los ojos van de la Madre al Hijo por puro amor, por puro movimiento de atracción. Ahora, puesto ya a sus pies, el Crucificado se hace aún más grande de lo que es en tamaño. Ahora es cuando cobra verdadero sentido su redención para todos: su Cuerpo "que se entrega por vosotros", por ti que ahora me ves, parece decirme: su Sangre "derramada por vosotros y por todos los hombres", para pagar el precio debido por mis pecados, que bien conozco, me dice, y quiero borrarlos.

Santo Cristo de Zacatecas - SALIDO

Siento que me miras, Señor, con tus ojos entreabiertos, y, vidriados por la muerte, no están ni apagados ni marchitos, porque el mirar del Amor es más fuerte que la misma muerte. Sigues mirando con amor a tu pobre criatura, a este redimido en tu Cuerpo y tu Sangre, que ahora abrazarte quiere, que ahora guardar silencio desea, que ahora aliviarte busca, y que siempre mudo se queda.

La cabeza reposa sin violencia en el pecho roto y manchado por la sangre, con sus cabellos recogidos en una trenza y melena que la nimban como corona real. ¡Este es el Rey de los Judíos! Sí, ahora es el verdadero Rey, pero del mundo, porque ha ofrecido al Padre toda su vida en este nuevo altar para confeccionar la Nueva y Eterna Alianza. No tiene la corona de espinas porque la tiene la Madre en sus manos; ya no necesita más de ella, porque, como dice otro himno litúrgico, "es ahora para las cabezas que Tú predestinas". La corona del sufrimiento, del nuestro, no es simple tortura o dolor, es ya la participación en su destino, en su gloria, aunque antes tenga que pasar por ese trance doloroso y terrible de la Cruz. Pero, que nunca se nos olvide aquella máxima clásica: "Por la Cruz, a la Luz".

Éste es el mensaje final que siempre me ha dejado, como precioso regalo, el Cristo de Zacatecas cuando lo dejo para atender otros quehaceres. Sí, estoy muerto, y he muerto por amor a ti y al mundo entero; pero mi triunfo está en la Resurrección, que un día llegará para todos, perdonados y llamados al cielo. Nunca he salido triste de ese rato de mirar al Crucificado; mis preocupaciones y temores se han disipado siempre cuando he estado ante Él con amor; la paz es segura cuando acudo a sus pies.

Detalle del Santo Cristo de Zacatecas - SALIDO

Y a vosotros, que leéis estas líneas, a vosotros que tenéis una imagen del Señor a quien acudir, que tenéis la presencia viva de Cristo en la Eucaristía, a vosotros, cristianos y hermanos cofrades, os invito a acudir cada día, cada instante, a su abrazo de amor. No sólo el día solemne y único de nuestras estaciones de penitencia (¡que hermoso nombre!, en vez del tan huero "desfiles procesionales" y similares). Además de este día, que es expresión pública de nuestra fe, expresión valiente y decidida, nuestro Señor nos espera en cada instante, en lo regular y a veces malo y, por supuesto, en lo bueno y en las alegrías.

El próximo Martes Santo, y si el tiempo no lo impide, el Cristo de Zacatecas recorrerá nuestras calles de Montilla. Y yo estaré muy orgulloso, como sacerdote, como cristiano y como cofrade, de poder acompañarle en este camino que es Calvario, pero que detrás, en un huerto, me conduce a un sepulcro nuevo, sin estrenar, donde Él esperará la Resurrección. También yo esperaré, con ilusión siempre nueva, para el Domingo de Pascua poder gritar jubiloso, con toda la Iglesia, la siempre nueva Buena Noticia: ¡Ha resucitado!

Miguel Varona Villar
Consiliario

Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz